Sexto Informe de Evaluación del IPCC. En el punto de inflexión

El pasado 20 de marzo de 2023 se publicó el Sexto Informe de Evaluación (AR6) elaborado por el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (IPCC). Este informe proporciona la más completa evaluación científica disponible sobre la situación actual del cambio climático. El informe ofrece detalles de las devastadoras consecuencias del aumento de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero (GEI), así como muchos otros riesgos realmente peligrosos e irreversibles si no cambiamos el rumbo de nuestras acciones.

Sin embargo, lejos de ser un discurso totalmente desmoralizador, los desafíos que presenta el IPCC también ofrecen esperanza, mostrando el camino que tenemos que iniciar cuanto antes para evitar la intensificación de los riesgos que, a día de hoy, ya se están materializando. El informe identifica medidas viables, aunque en muchos casos de un gran coste, que pueden reducir las emisiones de GEI, dirigirnos al abandono de los combustibles fósiles y el carbón y promover sociedades resilientes. Poniendo el foco en medidas de adaptación y mitigación de los principales efectos de la crisis climática, el informe plantea la posibilidad de estar a tiempo de garantizar un futuro habitable y seguro.

De entrada, es muy común plantear la crisis climática con una primera imagen de nuestro planeta sufriendo de calentamiento global. Y es que, sin estar lejos de la realidad, el calentamiento global inducido por los efectos de las actividades humanas ha causado cambios sin precedentes en el clima de la Tierra. Si la línea roja se marcó en no superar el 1.5ºC de aumento de la temperatura media del planeta, vamos por el 1.1ºC. El umbral de riesgo se acorta cada vez más, y una vez superado el límite será posible hablar del punto de no-retorno. Las consecuencias más evidentes de esto ya están ocurriendo: el deshielo de los casquetes polares, el aumento del nivel del mar, periodos de clima extremos más frecuentes, etc. El casquete polar Ártico está alcanzando un nivel de deshielo nunca visto en los últimos 1.000 años, y el aumento del dióxido de carbono presente en la atmósfera ha superado los niveles de los dos últimos millones de años; promoviendo con rapidez la acidificación de los océanos.

El impacto que tiene la variabilidad del clima cada vez más inestable en las personas y los ecosistemas es mayor y más severo de lo que se estimaba, y seguirá creciendo el riesgo y la peligrosidad de estos efectos con cada décima de temperatura en aumento. Aproximadamente la mitad de la población mundial enfrenta actualmente una grave escasez de agua durante al menos un mes al año. Las temperaturas más altas favorecen la propagación de enfermedades como la malaria o el virus del Nilo Occidental. Además, el cambio climático frena la mejora en la productividad agrícola y de los cultivos, afectando a las poblaciones de países altamente dependientes de ella para la supervivencia y la seguridad alimentaria, como África. Todos estos factores, y contando con una creciente frecuencia de inundaciones y tormentas extremas, han obligado a más de 20 millones de personas a abandonar sus hogares cada año desde 2008.

Cabe destacar que las poblaciones más afectadas son aquellas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad; los países más pobres y que, contrariamente, menos GEI emiten y menos contribuyen a que el cambio climático siga acrecentando a pasos agigantados. En estos lugares los efectos de la crisis climática pueden llegar a ser tan severos que no dan posibilidad a la irreversibilidad de los daños o a la adaptación a los cambios, causando así grandes estragos y pérdidas; tanto comunitarias y sociales como ecosistémicas. Por ejemplo, las comunidades costeras en los trópicos han visto cómo sistemas completos de arrecifes de coral, básicos para el sustento de sus medios de vida y seguridad alimentaria, han experimentado una mortalidad generalizada.

Cada fracción de grado de calentamiento intensificará estas amenazas, incluso limitar el aumento de la temperatura global a 1,5ºC no es ya seguro para todos. Es necesario plantear medidas de mitigación realmente efectivas y que promuevan la transición a ciudades resilientes, aunque para ello se requiera más financiación de la que se está destinando a día de hoy. Son 170 los países que ya tienen planeadas estas medidas, ahora es el momento de pasar a la acción, con determinación y con una visión a largo plazo, con el foco en las causas de la crisis climática; abandonando la tendencia a apaciguar los efectos inmediatos y a corto plazo. El IPCC enfatiza que con el suficiente apoyo se pueden llegar a materializar soluciones efectivas que planteen un escenario alternativo. Una línea de acción es la adaptación basada en la naturaleza y los ecosistemas. Esto es, renaturalizar, sobre todo el espacio urbano, dando a la biodiversidad y ecosistemas el lugar que necesitan para desarrollar los servicios que nos ofrecen -de regulación, abastecimiento y culturales-.

La reducción de emisiones de GEI sigue siendo fundamental. El informe demuestra que si seguimos con la trayectoria actual del sistema socioeconómico imperante superaremos 1.5ºC de aumento de la temperatura global antes del 2025 y que un escenario tan intensivo en carbono como el de ahora traza el camino para alcanzar los 5.7ºC de aumento para el 2100. No sobrepasar el 1.5ºC de aumento antes del 2025 va a ser muy difícil. Aun así, el rumbo de nuestras acciones debe dirigirse a que las emisiones caigan drásticamente hasta conseguir la disminución de las emisiones de un 43% para 2030 y un 60% para 2035. Se trata, pues, de garantizar que a partir del 2025 la mitigación sea palpable. 

Para ello, es imprescindible mencionar la necesidad de transitar hacia la descarbonización y la resiliencia. Hablamos de una retirada de la infraestructura basada en el consumo de combustibles fósiles, la cancelación de nuevos proyectos que perpetúen seguir en la misma línea, la modernización de plantas de energía con tecnologías de captura y almacenamiento de carbono (CCS) y, como medida de transición, el aumento de las fuentes de energía renovable; como la solar y la eólica, que ahora en muchas regiones son más baratas que los mismos combustibles fósiles. El uso global de carbón sin CCS debería ser eliminado prácticamente para 2050; así como, para entonces, haber abandonado en un 60% el uso del petróleo y en un 45% el del gas.

Otras medidas complementarias de mitigación y adaptación, más familiares y aterrizadas a nuestra vida cotidiana, son la promoción de una dieta con menor presencia del consumo de carne y a favor del no desperdicio de alimentos. Además de ser conscientes de fomentar el incremento del uso del transporte público, la bicicleta o el ejercicio físico. Para ello, volvemos otra vez a hacer referencia a la obligación de repensar la organización de las ciudades, de darle la vuelta a la planificación urbana que hasta ahora ha dado prioridad a crear espacios e infraestructuras para los vehículos de transporte, sobre todo privados, y a dar vía libre a la pérdida de espacio para la vida, tanto natural como social.

Aterrador, pero con la intención de ser alentador al mismo tiempo, el IPCC vuelve a colocarnos otra vez entre las cuerdas, dándonos un toque de atención masivo para que, de una vez, nos pongamos las pilas como debemos.

Gran parte de la responsabilidad de ejecutar eficazmente las medidas planteadas está en manos de las instituciones y los poderes decisorios. La elaboración de políticas estrictas es altamente necesaria, pero también lo es su implementación, y el seguimiento y supervisión de las prácticas y resultados que se deriven de ellas una vez puestas en marcha. Para ello se requiere una voluntad política real de financiar lo que sea necesario para que todo lo planteado se realice, garantizando a la vez una transición a un nuevo escenario habitable en clave de justicia y equidad. Si bien el compromiso es compartido por todos y todas nosotras, también conlleva responsabilidades diferenciadas. Los países que más aportan a la crisis climática tienen el deber de ser los primeros en actuar para aminorar su agravio, así como de no perpetuar que los países más empobrecidos sigan siendo los receptores de las peores consecuencias. Es probable que el no-retorno ya sea una realidad, o que esté realmente cerca. Ahora toca pensar cómo plantear el cambio, cómo volver a dinamizar lo social y lo económico sin dejar de lado el respeto por el medio ambiente; y por una vez, aprendiendo de nuestros errores.

Redacción: Alba Giol

Referencias:


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